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Tremendo como aquella hora
que aún se agarra a la retina,
sordo, sin paisajes camino;
el viento debería ser guitarra,
la ronquera del bordón primero,
la caja donde guardo el tabaco.
Ser el silencio de una calle al fondo,
la queja, el sollozo de escupir sangre
y escribir con salpicadura de sangre,
sangre de hallazgo, de pérdida
¿por qué acaban mis pensamientos
hechos de sangre que suda?
¿para quemarme de sangre
en lo oscuro hasta el tuétano?
El baldío, su grave disputa,
late en mi estómago
lo que olvido porque callo,
la ironía de ser sangre y no llorar;
nadie en las tertulias, soy,
la araña que se desliza por los huecos,
el barníz, el brillo saliendo de mí
en las voces que no pido,
el final de una frase desalmada.
Inmunes a mis desdenes,
como patanes de aro y junco,
terminan mi frases
justo con lo que no quiero decir.
Me llueven los ojos invisibles,
desesperados, ah, la soledad
de conocer los puños fríos,
el verso que se apropian y no,
mi alma en vela recogida.
.
..L. Gómez.