Yo pude cantar cuando los coros buscaban nuevos aprendices
y mis debilidades paseaban de la mano con mis fortalezas.
Puedo estar tranquilo, si no he vivido no hay sueño que valga
¿por qué no? haber cabalgado los oscuros caballos del viento,
ser una palabra que muere y sin remedio vuelve más incauta
para naufragar de nuevo y todo ello sin salir de este cuarto.
He sentido vendavales hermosos, las tardes de pino y siesta,
la nieve serena como un atolón que sufre desde la sangre,
el amor hincado desde el tobillo y por los codos hasta la nuca
¿a quién ha de importarle mis horas? ¿mi calor? ¿mi tiempo?
Los otros abren su boca y sus mandíbulas de astros ancianos,
mastican como pirañas la historia que se repite, la de siempre
aguardando en los cajones, sobre la angustia del día cotidiano.
Y entre tanto horror todo sigue su curso, retratos, los espejos.
Ya no volverá mi muchacho con su ligera memoria infantil,
la pelota, la ilusión dolorida de los zapatos que se estrenan.
Ya no volverá Mercedes a besar este cuerpo que aún es suyo.
Todo ha cambiado por fuera pero aquí dentro sigo siendo yo.
La pena me consume sobre esta ventana que muestra el mar,
la esquina, la piedra del adoquín, lo que pude ser y se calla
consumido por un silencio igual a cuando todos gritan a la vez.
Los amigos, los que me conocían y amaban, se van muriendo,
me abandonan como un susurro amante cuando trato de dormir
para esperarme cada mañana con su recuerdo de poema escrito.
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..L. Gómez..